martes, 7 de junio de 2016

Libro de Daniel, ¿Orígenes en el siglo VI a.C. o en el II a.C?

Autoría, teología y propósito de Daniel
Arthur J. Ferch 

¿Orígenes en el siglo VI a.C. o en el II a.C? 

Sinopsis editorial. 
En la actualidad, los eruditos mantienen dos posiciones contradictorias en cuanto a los orígenes del libro de Daniel. El punto de vista minoritario (respaldado tanto por la sinagoga como por la iglesia hasta el siglo XIX) puede ser denominado tesis exílica. Acepta como válido el testimonio del propio libro de que los acontecimientos que narra tuvieron lugar durante la cautividad babilónica de los judíos del siglo VI a.C. En consecuencia, asigna la autoría de todo el libro (tanto de sus narraciones históricas como de sus visiones proféticas) a Daniel, cautivo judío que desempeñó importantes responsabilidades en los reinos de Babilonia y Persia desde la época de Nabucodònosor hasta la de Ciro. 

El punto de vista mayoritario, denominado a veces "tesis macabea", es propuesto por los eruditos histórico-críticos. Da por sentado que el libro de Daniel fue compuesto (si no en su totalidad, al menos sustancialmente) durante la persecución desatada por Antioco IV Epí- fanes contra los judíos de Israel en el siglo II a.C. Tras prescindir del testimonio del libro, los reconstruccionistas empezaron proponiendo que el documento fue compuesto por un autor desconocido del siglo II a.C. que se presentaba a sí mismo como un estadista y profeta del si- glo VI. Sus supuestas predicciones eran, simplemente, acontecimientos históricos consignados después de que acontecieran.

Estudios ulteriores obligaron a una revisión de esta posición. El punto de vista actual es que la obra fue evolucionando a lo largo de un prolongado período (comenzando ya en el exilio babilónico) y pasó por las manos de múltiples autores y editores. Su forma final, una fusión de las porciones histórica (caps. 1-6) y proféticas (caps. 7-12), tuvo lugar durante las luchas protagonizadas por los judíos de Israel en el siglo II a.C. Así, se defiende que el libro fue concebido para dar sentido y ánimo a los judíos y sus dirigentes macabeos en el conflicto nacional con Antíoco IV. 

La tesis macabea apoya su defensa en tres pilares fundamentales: (1) las inexactitudes históricas, que sugieren que el documento fue escrito mucho después de que el conocimiento de primera mano se hubiera perdido y olvidado; (2) el uso por parte del autor de términos lingüísticos de procedencia persa y griega, lo que sugiere nuevamente una fecha tardía para su composición; y (3) los estrechos paralelos entre Daniel 11 y los acontecimientos ocurridos en Israel entre 168 y 165 a.C. En respuesta a estos alegatos, debe observarse que los descubrimientos arqueológicos y la investigación de años recientes han destruido en buena medida los argumentos presentados contra la integridad histórica de varios puntos del libro. La erudición conservadora ha demostrado de manera adecuada que es probable que el autor del libro de Daniel haya vivido durante el periodo del siglo VI que describe.

Puede ser que el lector ocasional vea ciertas similitudes entre el capítulo 11 y la situación histórica de Israel bajo Antíoco IV. Sin embargo, se constata que las fuentes históricas son limitadas (tres documentos principales) y que están en tal desacuerdo mutuo que resulta imposible extraer de ellas una reconstrucción histórica coherente y precisa. Además, las desemejanzas entre el capítulo 11 y las fuentes históricas son demasiado grandes como para apoyar la suposición de que ambas cosas sean relatos paralelos que describen la misma era fugaz. 

Debe concluirse que la tesis macabea crea más problemas de los que resuelve y, por ende, es de dudosa autenticidad. La tesis exílica, que se toma en serio las afirmaciones del libro de Daniel, es más convincente y satisfactoria. 

Introducción.
Que las premisas de un investigador influyen en sus conclusiones es un dictamen axiomático. Esto tiene un clarísimo exponente en lo que respecta a los orígenes, la estructura y la teología del libro de Daniel. En este capítulo deseamos realizar una breve presentación y evaluación de las premisas sostenidas por la erudición histórico-crítica en contraposición al enfoque conservador.

La tesis exílica. 
Hasta el siglo XLX de nuestra era, tanto la sinagoga como la iglesia aceptaron las afirmaciones hechas en el libro de Daniel. Según las mismas, el autor de los relatos autobiográficos (caps. 7-12) no fue otro que el Daniel que, según la primera mitad del libro, fue llevado a Mesopotamia junto con otros prisioneros judíos. Durante el período del exilio, tanto él como varios de sus colegas judíos, accedieron a importantes posiciones administrativas al servicio de los gobiernos neobabilónico y medopersa. Ese mismo Daniel afirmó que le fue concedido recibir por iniciativa divina varios sueños y visiones. Estos, junto con sus interpretaciones, describían acontecimientos que se extendían desde la época de la que era contemporáneo hasta el momento en que todos los imperios hu- manos habrán acabado su devenir y se establezca el reino de Dios. 

Esta convicción referente al libro de Daniel, sostenida durante casi dos milenios tanto por los judíos como por los cristianos, se ve apoyada por las afirmaciones explícitas del libro (1: 1-2, 21; 2: 1; 7: 1-2; 8: 1; 9: 1; 10: 1, etc.). Esta explicación ha recibido el nombre de tesis exílica, por cuanto sitúa el origen del documento en el siglo VI a.C. Desde esta perspectiva, el origen, la autoría, la composición y el propósito de libro están razonablemente claros.(1)

La tesis macabea. 
Según K. Koch, la tesis exílica, que se había tomado las afirmaciones del libro de Daniel sin cuestionarlas, desde 1890 viene siendo desafiada por parte de la erudición histórico-crítica. Siguiendo a Porfirio, un filósofo neoplatónico del siglo III d.C. enemigo del cristianismo,(2) los eruditos histórico-críticos dan por sentado que el libro de Daniel fue compuesto (si no en su totalidad, al menos sustancialmente) durante la persecución religiosa desatada por Antíoco IV Epífanes contra los judíos. 

Para mantener esta sugerencia los eruditos tienen que prescindir del claro testimonio dado por el libro de Daniel. Tienen que dar por sentado no solo la pseudonimia del libro, sino conjeturar también un propósito y una teología que reflejan la situación contemporánea del siglo II a.C. Este enfoque alternativo del libro de Daniel se ha convertido en la actualidad en el punto de vista mayoritario, y ha sido designado por Koch como la tesis macabea. 

Según la tesis macabea, el libro de Daniel fue compuesto (al menos en parte) o editado por un autor o autores desconocidos del siglo II a.C. que se presentaba a sí mismo como un estadista y profeta del siglo VI llamado Daniel. Este autor o editor aparentaba dar predic- ciones inspiradas de forma genuina que, en realidad, no eran más que relatos históricos bajo la apariencia de predicciones proféticas. 

La perspectiva mayoritaria actual propone que el momento preciso de la composición final puede averiguarse. Se sugiere que es posible reconocer ciertas pistas históricas en el propio libro y que el punto preciso puede discernirse cuando el autor pasa de la historia genuina a la "expectativa imaginaria" y a predicciones erradas del futuro. 

Así, A. Lacocque sugiere que en Daniel 11 el autor: (1) da muestras de conocer la profanación del templo de Jerusalén por parte de Antíoco IV Epífanes (7 de diciembre de 167 a.C; cf. 11: 31); (2) alude a la revuelta de los macabeos y a las primeras victorias de Judá (166 a.C); pero (3) desconoce no solo la purificación del templo realizada por Judas (14 de diciembre de 164 a.C), sino que tampoco conoce la muerte de Antíoco (otoño de 164 a.C). Es más, la muerte de Antíoco es predicha y descrita incorrectamente en 11: 40-45. Lacocque concluye que «por lo tanto, podemos como mínimo situar la segunda parte del libro de Daniel (caps. 7-12), con una cómoda certidumbre, en el año 164 A.E.C.»

Una vez que la erudición histórico-crítica soltó el libro de Daniel de las amarras de las explícitas afirmaciones bíblicas, se vio obligada a conjeturar nuevas teorías sobre su composición y su propósito. A partir de entonces era necesario evaluar las cuestiones de estructura y de teología desde una perspectiva completamente diferente. 

Mientras prevaleció el punto de vista de que el libro provenía de un autor del siglo VI, las cuestiones de autoría, composición y estructura presentaban pocos problemas, o ninguno. Todo esto cambió de repente con la introducción de la tesis macabea. En 1975 J. J. Collins admitió que «la composición del libro de Daniel ha dado origen a una gama desconcertante de opiniones eruditas».(4) 

En una fase anterior de la investigación histórico-crítica prevaleció la opinión de que el libro de Daniel se originó in toto en el siglo II a.C. La erudición actual está a favor de un prolongado proceso de desarrollo dentro del libro que habría comenzado durante el exilio babilónico y que acabó hacia 164 a.C. 

J.G.Gammie señala que varios rasgos del libro de Daniel están mal avenidos con una teoría que permite que el contexto macabeo (fase final de la composición del libro) domine la interpretación del conjunto. Explica que «la única debilidad, y es lo más llamativo, de la teoría macabea de interpretación es que el rey de los capítulos 1, 2, 3,4 y 6 es inusitadamente amistoso y comprensivo con los jóvenes judíos miembros de su séquito. Tal escenario difícilmente se acomoda a los días finales de Antíoco IV Epífanes, el odiado helenizante». (5)

Este y otros factores que mencionaremos más tarde han llevado a los eruditos a adoptar el punto de vista de que en el libro de Daniel tuvo lugar un desarrollo partiendo de una etapa original (posiblemente oral) y que pasó por varias redacciones de capítulos individuales antes de que ocurrieran la recopilación de los capítulos 1-6 y la fusión de las dos mitades del libro.(6) Lo que proporciona al menos un grado de unidad a las diversas porciones del libro es la presencia omnipresente del tirano final, que es identificado con Antíoco.(7) 

La teoría macabea sobre la interpretación de Daniel ha dejado su marca indeleble en la presentación actual de la teología de este. Según Koch, la investigación histórico-crítica de los últimos doscientos años se ha empeñado en destruir la creencia secular que venía sosteniendo que Daniel presenta un esbozo perfectamente entretejido de la historia universal pasada y futura en el que la situación histórica del propio autor figura únicamente de forma incidental.(8) 

Los estudios críticos actuales restringen la relevancia del libro de Daniel a media década de conflicto entre los círculos israelitas leales a Yahveh y sus señores seléucidas. En consecuencia, varios eruditos postulan que la teología de Daniel refleja el choque entre el judaismo tardío. A menudo identificado con una religión determinada por la torah y el helenismo. 

Recientemente, sin embargo, Koch ha cuestionado nuevamente que el libro constituya realmente el testimonio sobresaliente de la lucha entre Atenas y Jerusalén. Pregunta si el libro de Daniel refleja luchas por el poder político-religioso entre los tobíadas y los oníadas o testifica de una ola de religiones astrales introducidas desde Babilonia. (9)

Si el hincapié fundamental de la teología de Daniel es dar sentido y ánimo en el contexto de las luchas religiosas judías de mediados del siglo II a.C, todo el empeño teológico debe contemplarse desde una perspectiva completamente diferente de la sugerida por la tesis exílica. Las visiones, que no serían más que historia escrita con posterioridad.

Los acontecimientos, difícilmente serían prueba de la presciencia, la providencia y la soberanía divinas. La sucesión de imperios es poco más que un artificio literario diseñado para contraponer las potencias paganas del mundo y el gobierno humano, por una parte, con Dios y su reino divino, por otra. 

De modo similar, los lapsos temporales ya no surcan los siglos. No son más que una serie de sucesivos momentos de referencia que abarcaron menos de cuatro años, puestos por un círculo crecientemente frustrado y perseguido de israelitas leales que ansiaban la liberación. El «tiempo del fin» se espera de forma inmediata a no más de 1.335 días en el futuro, cuando el tirano blasfemo sea eliminado. Es evidente que la tesis macabea espera un fin inmediato, no un fin de la era (escatón) que esté distante. 

Según la interpretación macabea, el desafiante y blasfemo villano (de los capítulos 7, 8 y 11) es Antíoco IV, y resulta «impensable»(10) una aplicación dual de este símbolo al rey sirio y al anticristo. A. A. Di Lella condena toda aplicación dual como «exegéticamente tonta y religiosamente despreciable».(11) En este contexto, se interpreta que la resurrección se interpreta fundamentalmente como la promesa de reparación y vindicación de los judíos del siglo II a.C. que, pese a la severidad y la extensión de la persecución, permanezcan leales al pacto.(12)

Este cambio de opinión en cuanto a los orígenes del libro ha llevado a una redefinición de su propósito. Dependiendo de una aplicación más o menos rígida del origen macabeo del libro, los intérpretes han sugerido distintos propósitos. Es posible que la nota de "ánimo" que instaba a los judíos piadosos contemporáneos a permanecer leales a Dios a pesar de la persecución desencadenada por los seléucidas o por sus propios paisanos aparezca en todos los propósitos que se conjeturan. Así, ha habido descripciones diversas del propósito del libro de Daniel en el sentido de que representa un «manifiesto político», «literatura de la resistencia», «propaganda política» o incluso un «manifiesto pacifista».(13) 

Evaluación de la tesis macabea. 
Es evidente que el impacto que la tesis macabea ha tenido sobre la interpretación ha sido significativo y, a la vez, de gran alcance tanto en su aplicación como en sus implicaciones. 

Por esta razón, debemos presentar, cuando menos, una breve evaluación de este punto de vista.

Aunque la tesis macabea rechaza el explícito testimonio de Daniel, también llama la atención a varias evidencias implícitas dentro del libro que parecen indicar una fecha y una autoría posteriores al exilio. Los eruditos histórico-críticos se centran en particular en (1) las supuestas inexactitudes históricas (explicadas por la teoría diciendo que el autor compuso el material en un momento en que el conocimiento histórico preciso de los detalles se había perdido); (2) ciertos argumentos lingüísticos (en particular, términos lingüísticos de procedencia persa y griega, al igual que peculiaridades de la naturaleza de la lengua aramea usada en el libro); y, especialmente, (3) el estrecho parecido histórico entre el capítulo 11 y el período de Antíoco IV Epífanes.(14) Aunque no es preciso que el tercer punto, por sí mismo, abogue por un origen para Daniel en el siglo II a.C. —el capítulo podría haberse escrito proféticamente—, los detalles del capítulo 11 convencen a la mayoría de eruditos para que consideren que esta visión (y, en consecuencia, todas las profecías paralelas previas) se escribió después de los acontecimientos. 

Supuestas inexactitudes históricas.
 Los rasgos que se considera que constituyen inexactitudes históricas incluyen problemas de datación de los capítulos 1 y 2, la referen- a Belsasar como rey, la figura de Darío el medo, y la naturaleza de los «caldeos» mencionados como una clase de sabios.(15) Por desgracia, las presentaciones histórico-críticas del tema son muy decepcionantes, por cuanto representan, en su mayor parte, repeticiones carentes de sentido crítico de argumentos anteriores y porque ignoran en gran parte información que ha estado disponible en décadas recientes. Los eruditos conservadores ya han escrito mucho sobre el tema, y no es preciso que repitamos sus argumentos. 

Teniendo en cuenta los hallazgos más recientes, estos eruditos ofrecen explicaciones y síntesis que, en realidad, ponen patas arriba el ataque contra la historicidad del libro de Daniel e indican que lo más probable es que el autor del libro de Daniel haya vivido durante el período que describe.(16)

Ello es así porque el autor conoce detalles cuyo conocimiento se perdió durante siglos y milenios poco después de que ocurrieran los acontecimientos. En su reseña de la defensa erudita más reciente del origen exílico del libro de Daniel,(17) J. G. Gammie escribió que J. G. Baldwin «presenta una defensa muy convincente» de la historicidad de varios detalles mencionados más arriba que la erudición histórico- crítica ha hecho pasar generalmente como inexactitudes históricas.(18) 

Problemas lingüísticos.
En el libro hay varios términos lingüísticos de procedencia persa y griega. Se cree que estas palabras extranjeras indican una fecha posterior al exilio para el libro, posiblemente después de la conquista de la tierra de Israel por parte de Alejandro Magno, o incluso una fecha que podría llegar al siglo II a.C.(19) 

Además, S. H. Hora sugiere que el arameo de Daniel, en su forma actual, parece ser posterior a la lengua aramea del siglo V a.C. conocida por los documentos de Elefantina y por el libro bíblico de Esdras.(20) Por otra parte, parece que la etapa del arameo representado en el libro de Daniel es anterior a la del Génesis apócrifo (lQapGen) y el tárgum de Job (HQtgJob), fechados a finales del siglo III o comienzos del siglo II a.C.(21) Aunque estas características sugieren que el texto de Daniel en su forma actual es de fecha posterior al siglo VI a.C, no niegan la posibilidad de una autoría en el siglo VI a.C. ni demuestran un origen cuatro siglos posterior. 

Horn concilia sus hallazgos referentes al texto arameo actual de Daniel con un origen en el siglo VI a.C. suponiendo que el texto arameo de Daniel fue modernizado de la misma forma que las traducciones inglesas o españolas con más raigambre de la Biblia se actualizan para acomodarse a la ortografía y la gramática actuales. Puede demostrarse que tal puesta al día del texto bíblico ocurrió en los siglos previos a la era cristiana. 

En cuanto a las voces de procedencia persa en Daniel, K. A. Kitchen señala que se trata específicamente de términos del persa antiguo que se dan en la historia de la lengua persa hasta aproximadamente 300 a.C. Sugiere que si Daniel hubiese formado parte de la administración persa, como afirma el libro, era natural que hubiese aprendido estos términos (que son fundamentalmente títulos oficiales) de sus colegas persas. 

Koch afirma que en 1814 los eruditos todavía enumeraban quince voces griegas en el libro de Daniel. El estudio más detallado de la lengua persa ha reducido ese número a solo tres, al resultar que cada vez más de las supuestas palabras griegas eran de origen persa.(22) Aunque las tres palabras griegas restantes (que designan únicamente instrumentos musicales en 3: 5, 7, 10, 15) aparecen por vez primera en documentos posteriores el siglo VI a.C, solo una de ellas no está documentada en el sentido empleado en el libro de Daniel antes del siglo II a.C. —la palabra ¡"PiSpiO [sümpónyáh]—. Aunque los tres términos musicales siguen constituyendo un problema para los defensores de la tesis exílica, es interesante observar que para un gran número de eruditos histórico-críticos que, con aplomo, sugieren un origen para los capítulos históricos anterior al siglo II a.C, la presencia de estos términos griegos no representa ningún bochorno.(23)

Es un hecho que se encuentran a menudo palabras griegas en el arameo de los papiros de Elefantina y en el Próximo Oriente antiguo mucho antes de la conquista de Alejandro. También se hablaba griego en Jerusalén en grado creciente desde la época de los ptolomeos. Teniendo en cuenta estas consideraciones, los eruditos que apoyan el origen macabeo del libro de Daniel pueden estar formulando la pregunta indebida. Dada la rígida tesis de un origen en el siglo II a.C, la pregunta no debería ser por qué hay tres palabras griegas en el libro, sino por qué hay solo tres palabras griegas en un libro que supuestamente se escribió de forma tan tardía en la historia de los judíos. 

Similitudes y diferencias entre el capítulo 11 y el siglo II a.C. Sin embargo, ¿qué decir sobre el estrecho parecido histórico entre Daniel 11 y el período de Antíoco Epífanes? ¿Son las similitudes tan notables que el lector se vea forzado a dar por sentado que el libro de Daniel se originara (es decir, que tuviera su marco histórico o Sitz im Leben) en el siglo II a.C? Una cantidad significativa de comentaristas conservadores ve en 11: 21 - 12: 4 predicciones realizadas en el siglo VI a.C. respecto de Antíoco y de acontecimientos posteriores a Antíoco que llegan  al tiempo del fin. Sin embargo, el punto de vista mayoritario considera que los parecidos entre el capítulo 11 y el siglo II a.C. son tan llamativos que se niega todo origen anterior y se rechaza cualquier predicción que vaya más allá de la situación macabea. Esta posición es expresada perfectamente por Di Lella, que sostiene que en este capítulo «el reinado de terror de este malvado tirano [o sea, Antíoco] se describe con la mayor precisión y detalle —una indicación más de que este apocalipsis se compuso en vida de él—».(24)

En un prólogo al comentario de Lacocque sobre Daniel, P. Ricoeur elogia la decisión del autor de interpretar el libro de Daniel únicamente desde la perspectiva del origen en el siglo II a.C. Ricoeur añade la muy llamativa afirmación de que Lacocque «acierta cuando dice que el recurso a la situación original del autor real —el Sitz im Leben — es nuestra principal defensa contra la pretensión de un lector moderno de extraer del libro de Daniel profecías referentes a su propio futuro».(25)  

Para la opinión histórico-crítica es básica la premisa de que resulta posible una reconstrucción histórica muy fiable de los acontecimientos ocurridos entre 168 y 164 a.C. Además, se defiende que tal reconstrucción coincide estrechamente con los datos proporcionados por la segunda mitad del capítulo 11 (y, en menor grado, por las porciones anteriores del libro). 

Suponiendo la validez del argumento de que el libro de Daniel hubiera surgido durante el período de la persecución de Antíoco, el lector podría esperar un relato particularmente detallado y preciso de los acontecimientos ocuridos durante este período. Además, dada la sugerencia de que el autor o bien fue un macabeo o tenía inclinaciones macabeas, también deberían poderse detectar énfasis y perspectivas evidentes en la literatura macabea del período. Sin embargo, cuando el investigador se vuelve a un análisis histórico, el argumento de que el capítulo 11 sea análogo a los acontecimientos del siglo II a.C. presenta problemas significativos.(26) 

En primer lugar, las fuentes contemporáneas primarias más importantes que presentan los acontecimientos ocurridos entre 168 y 164 a.C. con detalle son pocas, limitadas fundamentalmente a 1 y 2 a Polibio.(27) El asunto se complica más porque hay varios desacuerdos importantes entre estas fuentes tanto por lo que se refiere a detalles como al orden de los acontecimientos durante este período. 

Los acontecimientos de ese período que siguen siendo objeto de disputa entre los historiadores incluyen la causa de la persecución religiosa de los judíos, el momento preciso de la rebelión de Jasón, la fecha de la muerte de Antíoco, y las dos campañas de Antíoco contra Jerusalén. Teniendo en cuenta estas cuestiones, así como el hecho de que los narrados de Macabeos no hablan de dos campañas de Antíoco contra la Ciudad Santa, resulta interesante observar cómo reconstruye los acontecimientos del período 168-164 a.C. el prestigioso erudito judio V. Tcherikover. Recurre al debatible procedimiento de tratar el capítulo 11 —que menciona un doble contacto entre el rey del norte con el pueblo de Dios— como el relato de un testigo presencial. Sobre esta base defiende dos visitas de Antíoco a Jerusalén.(29) 

Tcherikover simplemente da por sentado lo que intentan probar los eruditos histórico-críticos (planteando el Sitz im Leben de Daniel). La validez de este tipo de argumento circular es cuestionable, porque precisamente esas dos visitas de Antíoco a Jerusalén son presentadas como una de las pruebas fundamentales de que el libro de Daniel apareció en el siglo II a.C. En tercer lugar, aunque es posible proponer varias similitudes entre el libro de Daniel y la situación macabea, son más las desemejanzas que hay que ignorar o pasar por alto. Los parecidos entre el capítulo 11 y los libros de Macabeos y Polibio incluyen: (1) la referencia a la erección de la «abominación desoladora» (cf. 11: 31; 1 Mac. 1: 54; Dan. 9: 27; 12: 11; Mat. 24: 15), y (2) el doble conflicto del rey del norte con el rey del sur, al igual que la retirada del tirano del norte tras un encuentro con las naves de Quitim (11: 25-31). 

Cuando estos detalles se comparan con la profanación del templo efectuada por Antíoco y con sus dos campañas contra Egipto y su expulsión por el legado romano Popilio Laenas, los paralelismos surgen por sí solos. Sería fácil que cualquiera que leyera el capítulo 11 en los días de Antíoco aplicase estos pasajes a su propia situación. Sin embargo, dada la premisa de que el capítulo 11 (y tantísimo más del libro de Daniel) se escribiese posiblemente solo unos meses después de que los episodios tuvieran lugar, es increíble que haya tan poco del relato bíblico que refleje los acontecimientos registrados en 1 y 2 Macabeos. Si, como se ha sugerido, el autor del libro de Daniel fue un literato macabeo,(30) o, al menos, simpatizante de la causa macabea, cabría esperar que el investigador encontrase detalles más precisos relativos a acontecimientos recientes. Además, debería poder descubrir pruebas de una filosofía básica común a los autores de los libros de Macabeos y Daniel. Sin embargo, el tenor de 1 y 2 Macabeos y el de Daniel parecen divergir. La literatura macabea está mucho más interesada en la oposición judía que en el rey seléucida, mientras que Daniel está más interesado en las actividades del rey del norte. El capítulo 11 (especialmente los versículos 36-39 y 8: 9-12) demuestra mucho interés en el carácter del tirano blasfemo y lo describe en términos que superan con mucho cualquier cosa que sepamos en la actualidad en cuanto al carácter, las pretensiones y las acciones de Antíoco Epífanes.

Antíoco dejó una huella indeleble en la mente y la vida de los judíos de su época. Interfirió en sus observancias religiosas, en sus ideales y en su sistema ritual. Se hizo con los servicios de quinta columnistas y persiguió sin piedad a cuantos no se avinieran a acceder a su programa. Antíoco y sus secuaces arrasaron el territorio judío. Profanó el templo erigiendo una imagen pagana sobre su altar. No obstante, pese a lo anterior, nunca destruyó el templo (pero obsérve- se 8: 11). Desde las derrotas de su padre, Antíoco había vivido a la sombra siempre creciente de Roma. Hasta donde sepamos, sus éxitos militares no llegan a igualar los atribuidos al cuerno pequeño y al rey del norte en 8: 9 y 11: 22. 

Incluso el punto de vista mayoritario admite que 11: 40-45 no coincide con lo que se sabe sobre el fin de Antíoco. Estos versículos crean un problema que la tesis macabea procura resolver atribuyéndolos a las esperanzas ilusorias y equivocadas del autor del siglo II a.C. Tal explicación es un artificio ingenioso para evitar problemas suscitados por el texto. Aquí el punto de vista mayoritario se hace increíble, particularmente si se acepta su noción de que el cumplimiento de 11: 1-39 se diseñó para inspirar en los judíos esperanza y para validar el cumplimiento de profecías futuras. 

Es igualmente extraño que aunque las visiones se escribieron supuestamente cuando los acontecimientos seguían frescos en la memoria, los diversos períodos proféticos mencionados en Daniel (para la persecución del pueblo de Dios y la restauración de los ritos del santuario) no coinciden en ningún momento con el periodo de tres años mencionado en Macabeos para la profanación del templo.(31)

Aunque en la literatura macabea los macabeos y sus vicisitudes son de importancia capital, por lo general los comentaristas histórico-críticos, en el libro de Daniel, no ven más que una alusión vaga a estos luchadores (concretamente, 11: 34).(32) Si el autor del libro de Daniel fue un literato macabeo, ¿por qué guarda tanto silencio en cuanto a los éxitos de los macabeos y las estrepitosas derrotas que infligieron a Apolonio y Serón (1 Mac. 3: 10-26), Gorgias y Lisias (1 Mac. 4: 1-35)? ¿Por qué no hay en Daniel un llamamiento a las armas cuando los macabeos estaban dispuestos incluso a quebrantar la observancia del sábado en su abierta insurrección para lograr la supervivencia y la independencia? Aunque el autor hubiese sido miembro de los hasidim (un pacifista), es probable que se hubiese entusiasmado con el éxito de sus compatriotas y no hubiera dejado en el anonimato a héroes como Matatías y Judas Macabeo. 

Cuando consideramos estos problemas, es preciso poner en tela de juicio la opinión de que el capítulo 11 sea paralelo a los acontecimientos transcurridos en Judea entre 168 y 165 a.C. hasta el extremo de que ello nos dé el marco histórico (Sitz im Leben) del libro. Aun- que la tesis macabea demuestra cómo alguien que leyera el capítulo 11 en la época de Antíoco podría aplicar secciones del mismo a su propia situación, esta teoría no demuestra que el capítulo 11 (ni el resto del libro) se originase en esa época. 

Otro eslabón débil en la cadena de argumentos propuesta por esta interpretación más reciente de Daniel es la idea de que el libro de Daniel sea una composición seudónima que, pese a todo, cumpliese los requisitos para la inclusión en el canon de las Escrituras.(33) Los defensores de esta postura tienen que ignorar el hecho de que el libro nombra al autor de al menos varias secciones del libro.

Tras estudiar el asunto de la seudonimia en el mundo del AT, Baldwin concluye: «Es significativo que dentro del período cubierto por el AT no ha salido a la luz de momento ningún ejemplo de una obra pseudoepigráfica que contase con la aprobación y el aprecio de un libro normativo, y [...] había resistencia a la interpolación de material nuevo en un texto».(34) De hecho, las funciones que los expertos afirman que cumplen las obras pseudoepigráficas son mutuamente excluyentes. «Por una parte se nos pide que creamos que se trataba de una convención literaria aceptada que no engañaba a nadie. Por otra parte, se nos dice que la adopción de un seudónimo (presumiblemente sin ser detectado) aumentaba la aceptación y la autoridad de una obra».(35) 

Sin embargo, si el libro se originó durante el exilio, la seudonimia —idea un tanto ofensiva tanto para la lógica como para la sensibilidad moral de los lectores no técnicos del libro de Daniel— es innecesaria. Es posible que el problema más serio de la noción de la seudonimia del libro de Daniel sea el hecho de que priva al libro bíblico de su impacto. G. Wenham señala con acierto que «la idea de que Dios declara sus propósitos futuros a sus siervos está en el centro mismo de la teología del libro. »Pero si Daniel es una obra del siglo II, queda desacreditada una de sus temáticas centrales, y podría argumentarse que habría que relegar a Daniel a los apócrifos, de modo que no retuviese una condición canónica plena como parte de las Escrituras del AT».(36) En último término, la tarea de demostrar que el libro sea seudónimo en cualquier proporción sigue correspondiendo a quienes hacen esa afirmación. 

En este contexto también habría que cuestionar la noción, rara vez expresada, de que la profecía predictiva detallada sea imposible por sí misma.(37) La posibilidad o la imposibilidad de la profecía predictiva pertenecen a la esfera de las presuposiciones. El lector del libro de Daniel debe elegir si adoptar su afirmación de que el Dios de Daniel, a diferencia de los dioses de las naciones limítrofes, conoce y revela el futuro, o rechazar este dato bíblico sobre la base de las suposiciones empíricas modernas. 

Ciertas características internas sugieren que el libro de Daniel no se escribió de una sentada. No obstante, hay varios indicadores que abogan por su unidad y autoría por parte de un único escri- tor. Por ejemplo, los diversos relatos dan por sentados los demás y constituyen el marco imprescindible para las visiones. Las temáti- cas comunes y los hitos cronológicos entretejen los doce capítulos en un tapiz literario, formando el capítulo 7 el diseño central que se entrelaza a la vez con las porciones históricas y con las proféticas. De modo similar, las demostrables estructuras quiásticas, así como el marcado paralelismo progresivo de las visiones, ponen de manifiesto el propósito y el propósito y el plan deliberado de una única mente. (38)                                                                                                                                                
Notas Bibliograficas:
  1. Las designaciones "tesis exílica" y "tesis macabea" fueron sugeridas por K. Koch, en colaboración con T. Niewisch y J. Tubach, Das Buch Daniel [El libro de Daniel] (Darmstadt, 1980), pp. 8-9. Mi reseña de ese libro puede encontrarse en/SOT 23 (1982): 119-23.
  2. Véase Koch, pp. 9, 185; cf. R. H. Pfeiffer, Introduction ta the Oíd Testa- ment [Introducción al Antiguo Testamento] (Nueva York, 1941), p. 755. Una presentación más completa de la interpretación de Porfirio y de los pri- meros autores cristianos se presenta en mi monografía "Porphyry: An Heir to Christian Exegesis?" [Porfirio, ¿heredero de la exégesis cristiana?], en ZNW, tomo 73, n° 1/2 (1982), pp. 141-47. Vislumbres de la transición gradual en la interpretación pueden encontrarse en H. J. Kraus, Geschichte der his- torisch-kritischen Erforschung des Alten Testaments [Historia del estudio histórico-crítico del Antiguo Testamento] (Neukirchen-Vluyn, 1956/69).
  3. A. Lacocque, The Book of Daniel [El libro de Daniel], tr. D. Pellauer (Atlan- ta, 1979), p. 8
  4. J. J. Collins, "The Court-Tales in Daniel and the Development of Apocalyp- tic" [Los relatos de palacio en Daniel y el desarrollo de la apocalíptica], JBL 94 (1975): 218; cf. también pp. 219-34.
  5. J. G. Gammie, "The Classification, Stages of Growth, and Changing Intentions in the Book of Daniel" [Clasificación, etapas de desarrollo e intenciones cambiantes en el libro de Daniel], JBL 95 (1976): 191.
  6. Cf. también P. R. Davies, "Eschatology in the Book of Daniel" [La escato- logia en el libro de Daniel],/SOT 17 (1980): 33-53; idem, "Daniel Chapter Two" [El capítulo 2 de Daniel],/TS 27 (1976): 392-401; Koch, pp. 11-12, 61-76. 
  7. Lacocque, p. 15.
  8. Koch, p. 127
  9. Ibid., pp. 127-40.
  10. lbíd.,p. 186. 
  11. L. F. Hartman y A. Di Lella, The Book of Daniel [El libro de Daniel], AB 23 (1978), p. 303; N. W. Proteous, "Daniel", OTL (1965), p. 169. 
  12. Cf. Hartman y Di Lella, p. 276; Lacocque, p. 243. 
  13. J. J. Collins, "The Apocalyptic Vision of the Book of Daniel" [La visión apocalíptica del libro de Daniel], HSM 16 (1977), pp. 191-213; Hartman y Di Leila, p. 43; S. B. Frost, "Daniel", IDB 1: 768; Koch, pp. 158-79.
  14. Otro problema filosófico es la posibilidad de predicciones de largo alcance. Sobre la base de la analogía, tales profecías son rechazadas junto con otras manifestaciones sobrenaturales. Hablando específicamente de los escritos de historia antigua, el estudioso norteamericano J. M. Miller afirma: «En realidad, cuando el método investigativo histórico-crítico se analiza en lo tocante a sus premisas, se hace evidente que hay más cosas en juego que su simple despreocupación por lo sobrenatural o su escepticismo en cuanto a los milagros. Esta metodología presupone, para empezar, que todos los fenómenos históricos están sujetos a una explicación "análoga" —es decir, a una explicación en términos de otros fenómenos similares—. Por lo tanto, en virtud de esta metodología, parece que el historiador moderno supone de antemano que no hay acontecimientos verdaderamente milagrosos ni excepcionales en la historia. Todo puede explicarse en términos de los acontecimientos normales [...] sin recurrir a lo sobrenatural. El conflicto evidente entre estas afirmaciones bíblicas relativas a los actos manifiestos y excepcionales de Dios en la historia de Israel, por una parte, y las premisas del método investigativo histórico- crítico, por otra, ocupa el centro mismo de gran parte del debate teológico actual» (The Oíd Testament and the Historian [El Antiguo Testamento y el historiador] [Londres, 1976], p. 18).
  15. Varios de los supuestos problemas históricos se tocarán más abajo. 
  16. Pueden encontrarse buenos resúmenes en G. F. Hasel, "The Book of Daniel: Evidences Relating to Persons and Chronology" [El libro de Daniel: Evi- dencias relativas a personas y a la cronología], AUSS 19 (1981): 37-49; G. L. Archer, Jr., "Modern Rationalism and the Book of Daniel" [El raciona- lismo moderno y el libro de Daniel], BS 136 (1979): 129-47; A. R. Millard, "Daniel 1-6 and History" [Daniel 1-6 y la historia], EvQ 49 (1977): 67-73; J. G. Baldwin, "Daniel: An Introduction and Commentary" [Daniel: Introducción y comentario], TOTC (1978), pp. 19-29. 
  17. Baldwin, "Daniel". 
  18. J. G. Gammie, "Review of J. G. Baldwin, 'Daniel: An Introduction and Commentary'" [Reseña de J. G. Baldwin, "Daniel: Introducción y comentario"], JBL 99 (1980): 453. Gammie sigue teniendo dificultades con el empleo del término 'caldeos' en el libro de Daniel.
  19. Por ejemplo, S. R. Driver, Introduction to the Literature of the Old Testa- ment [Introducción a la literatura del Antiguo Testamento], 5a ed. (Nueva York, 1960), p. 508. 
  20. S. H. Horn, "The Aramaic Problem of the Book of Daniel" [El problema arameo del libro de Daniel], N° 1", Ministry, mayo de 1950, pp. 5-8; junio de 1950, pp. 35-38; julio de 1950, pp. 34-36; véase también K. A. Kitchen, "The Aramaic of Daniel" [El arameo de Daniel], Notes on Some Problems in the Book of Daniel [Notas sobre algunos problemas del libro de Daniel], eds. D. J. Wiseman et al. (Londres, 1965), pp. 31-79. 
  21. R. I. Vasholz, "Qumran and the Dating of Daniel" [Qumrán y la datación de Daniel], JETS 21 (1978): 315-21.
  22. Koch, p. 37.
  23.  Gammie, "Classification", p. 198, atribuye Daniel 3, capítulo en el que apa- recen las palabras griegas, a un período anterior a Antíoco y, sin mayores problemas, señala que sümpónyáh representa una glosa posterior.
  24. Hartman y Di Lella, p. 286. 
  25. Lacocque, pp. xix-xx. 26. Baldwin, "Daniel", p. 183, señala con acierto: «Ninguna otra parte del Antiguo Testamento, ni siquiera del Nuevo, ha sido datada con tanta seguridad».
  26. Otros autores de menor importancia para este período incluyen a Josefo, Diodoro, Eupolemo, Nicolás de Damasco y Estrabón de Amasia.
  27. Cf. P. Schafer, "The Hellenistic and Maccabaean Periods" [Los períodos hele- nístico y macabeo], Israelite and ]udaean History [Historia israelita y de Ju- dca], eds. J. H. Hayes y J. M. Miller (Filadelfia, 1977), pp. 560-68, esp. p. 564; 
  28. Montgomery, "The Book of Daniel" [El libro de Daniel], ICC (1927), pp. 447-49. Aunque acepta el papel de Antíoco IV en el capítulo 11, Baldwin señala que «dado el conocimiento exhaustivo del período por parte de los historiadores antiguos [...], un comentario del capítulo se puede convertir en un laberinto de información que desconcierte al lector [...]. No todos los acontecimientos de Daniel 11 encajan en la evidencia seleccionada de otras fuentes [...]. No deberíamos exagerar el extremo en el que el relato de Daniel cuadra con la historia conocida del período» ("Daniel", p. 41).
  29. Hellenistic Civilization and the Jews [La civilización helenística y los judíos] Filadelfia, 1959/61), pp. 186, 474.
  30. Como ha insistido en señalar recientemente B. S. Childs, Introduction to the Old Testament as Scripture [Introducción al Antiguo Testamento como Sagrada Escritura] (Londres, 1979, p. 616).
  31. Puesto que los defensores de la tesis macabea afirman que el libro se escribió antes de que el templo se purificase y se restaurase, estos lapsos temporales son en un sentido profecías genuinas. 
  32. Por ejemplo, Montgomery, p. 446; Porteous, p. 168.
  33. Koch, p. 136. 
  34. J. G. Baldwin, "Is There Pseudonimity in the Old Testament?" [<|Hay seudo- nimia en el Antiguo Testamento?], Themelios 4 (1978): 8. 
  35. Ibid., p. 11.
  36. G. J. Wenham, "Daniel: The Basic Issues" [Daniel: Cuestiones básicas], Themelios 2 (1977): 51. 
  37. 37. D. W. Gooding, "The Literary Structure of the Book of Daniel and Its Im- plications" [La estructura literaria del libro de Daniel y sus implicaciones], Tyndale Bulletin 32 (1981): 46, n. 3.
  38. Este articulo fue extraido del Libro "Simposio sobre Daniel, estudios introductorios y exegeticos", Holbrook, F. Editorial Apia. 2010

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